Contar cómo surgió la idea de hacer el laberinto, es una cuestión laberíntica.
Contar la parte de la concepción de la idea es como recordar un sueño muy profundo donde uno narra sensaciones, emociones, donde la genesis de la idea esta oculta como ciertos sueños que podemos tener al dormir y al despertar cuando más queremos mensurarlo y retenerlo con el intelecto, más se nos desvanece, hasta desaparecer y sólo nos deja sensaciones, datos aislados , aparentemente incoherentes, que desafían a un orden cronológico. Es como preguntarle a la persona que ha entrado a el laberinto, en qué momento, en qué pasillo, en cuál puerta tuvo la certeza que ese paso lo llevaría a la salida. En definitiva es entrar en el terreno de la intuición.
El proceso creativo del diseño del laberinto me llevó casi un año, noches de vigilia y madrugadas interminables. En él confluyen conocimientos de kabbalah, geometría sagrada, mitología ,filosofía y magia.
Cuando visité el museo de Leleque, en una época que dudaba un poco en llegar a buen puerto con este proyecto del laberinto y que ya iba por el segundo o tercer año de poda, donde flaqueaban un poco las fuerzas, ver en una vitrina del museo un hacha de doble filo, una labrys, de obsidiana, identica a las encontradas en el laberinto de Creta, con una reseña del historiador Rodolfo Casamiquela donde relacionaba a este hacha, herencia sagrada de los antiguos tehuelches con el mito del laberinto, por donde tenía que transitar el alma de los difuntos antes de encontrarse con Watsiltsum, el Alto Dios Tehuelche, ‘tsüm’ indica el género femenino) de dicho pueblo, ‘tsil: tsül’ expresa ‘giro, girar’ y la partícula ‘wa’ inicial es propia de la tercera persona del singular: ‘(la que) gira’, ¿Y por qué habría de girar, circunvolucionar, el Alto Dios? Simplemente, por ser el Señor, Señora, del Laberinto, el camino sinuoso que han de transitar los espíritus de los muertos en las creencias de casi todos los sistemas religiosos del mundo.
Saber que el mito del laberinto no se suscribía sólo a la antigua Grecia, Europa y Egipto, sino que aquí en Patagonia, los antiguos tehuelches usaban este símbolo, me estimuló a apreciar mucho más la idea de mantener y fortalecer este laberinto que alguna parte de mi ser había decidido construir, y que en ese momento había afirmado mi compromiso a mantener y proyectar, aún no como un proyecto turístico de las características actuales pero sí para que fuera compartido con alguien en algún momento. A cada día le basta su afán, dijo el sabio, y esa visita al museo de Leleque me bastó para saber que andaba por el buen camino y que no era una idea delirante en la que había caido atrapado.
Hay una sentencia de un libro, el I Ching, que en los momentos cruciales me ha promovido a situaciones favorablemente constructivas, dice “ la perseverancia trae ventura”.
Está presente en diversas culturas, épocas y lugares, presentándose siempre como un símbolo ligado a lo espiritual. Muchos laberintos dibujados en el suelo servían como una especie de trampa que atrapaba a los malos espíritus. Se conoce esta función desde la prehistoria en adelante. Incluso en algunas iglesias católicas es posible encontrarlos trazados en el piso, cerca del baptisterio (lugar donde se bautiza a los nuevos fieles). En algunas casas, la imagen del laberinto se trazaba en la puerta de ingreso, como sistema de protección. Pero una de las más importantes significaciones del símbolo del laberinto está asociado a los rituales de iniciación. Por lo tanto, el laberinto es el símbolo que representa la búsqueda del centro personal, del sí mismo del ser humano. Para el encuentro de tan preciado hallazgo, se requiere de un ritual iniciático que implica la superación, en distintas etapas, de una prueba.
Durante la Edad Media, el laberinto está fuertemente relacionado con el duro camino de los creyentes hacia Dios, el recorrido tortuoso de los caminos enredados y difíciles hasta hallar el centro simbolizaban la participación en los sufrimientos de Cristo en la cruz. El camino del laberinto es el peregrinaje, es la muerte al hombre antiguo, pecador. El hallazgo del centro representa el volver a nacer.
Sólo los héroes excepcionales –decía Robert Graves– salen de los laberintos. Uno de ellos fue Teseo, el mítico rey de Atenas, que entró al más célebre de los laberintos para matar al Minotauro y pudo salir gracias al ovillo de hilo que le había dado la princesa Ariadna, al que fue desenrollando durante todo su camino hacia el centro de la estructura y le sirvió de guía para escapar. El otro que lo logró fue Dédalo, el arquitecto del laberinto, al que el rey encerró luego allí. Dédalo logró escapar por el aire gracias a alas artificiales que construyó pegando plumas con cera. Su hijo Icaro lo acompañó en la aventura, su padre le advirtio que no volara cerca del sol, ya que sus alas se podian derretir, ni cerca del mar porque se podían mojar, salió volando sin hacer caso de los consejos y se elevó tan cerca del sol que la cera se derritió y cayó a las profundidades del mar.
Laberintos, Jaime Buhigas Tallón.